Jóvenes Vendedores Ambulantes oran por las Personas

Jóvenes Vendedores Ambulantes oran por las Personas

Maxi, Miguel y Daniel son tres jóvenes vendedores ambulantes que mientras trabajan, ofrecen bendiciones y oraciones a la gente. Los paquetes de medias atraen con su colorido, mientras ellos, de pie y a voz en cuello, ofrecen su mercadería a la gente que pasa.

“Tres pares por 10 pesitos”, dice Miguel y enarbola las medias que reproducen las figuras de Ben 10 para los varones, o de Barbie, para las nenas. Más allá, en la misma cuadra de la Peatonal Sarmiento, San Juan, Argentina, Maxi ha colocado su mano sobre el hombro de una joven y con los ojos cerrados, dice una oración por ella.

Es la hora del cierre de comercio y los pocos que todavía quedan circulando por la Peatonal se apuran para llegar a la parada del colectivo que les permita volver rápido a su casa. El cuadro es, cuando menos, extraño, pero nadie parece reparar en ello. Maxi termina su oración, dice una bendición y la joven se va, agradeciendo en voz baja. Entonces, él vuelve a tomar los paquetes de medias en las manos como si fueran ramos de flores y a intentar una última venta de la jornada.

“Nosotros oramos por la gente que nos pide ayuda. Hay mucha gente mal, porque no tienen a Jesucristo en sus corazones. Se les nota cuando miran, andan como perdidos caminando y sin saber adonde ir. Por eso oramos por ellos, siempre que estén convencidos de que quieren recibir esta bendición en sus vidas”, dice Maxi. Habla suavemente, con un tono distinto al que usa para vender sus medias y su mirada refleja mucho más que los 23 años que dice tener, en una mezcla de melancolía y serenidad. Tanto Maxi como Daniel y Miguel son evangélicos, aunque pertenecen a iglesias ubicadas en distintos lugares de San Juan. “El mensaje es el mismo: el único que te puede salvar es Jesucristo. A nosotros nos salvó de la droga, de la calle y de la delincuencia. Y cuando nadie creía en nosotros, ni siquiera nosotros mismos, Jesucristo fue el único que estuvo y nos ayudó a salir. Es como empezar a vivir de nuevo”, cuenta Miguel.

Daniel es el que menos habla. Alto y flaco, parece un niño metido en un cuerpo que le queda grande. Con palabras simples, explica por qué no le molesta que lo vean orando por la calle, junto a sus amigos. “Yo estaba perdido, si seguía con la vida que llevaba vaya a saber cómo iba a terminar. Pero fui a la iglesia y el mensaje de Jesucristo me salvó. Ahora trabajo y salgo a la calle todos los días sin miedo de lo que me vaya a pasar, porque sé que Él me cuida y me marca el camino”, dice.

Los tres tienen historias parecidas y por lo que cuentan, hay muchos más relatos como el suyo por las calles de la ciudad: chicos rescatados de las adicciones, acostumbrados a dormir en calabozos antes que en su propia casa, que se refugiaron en el mensaje bíblico para salir de ese mundo.

“La gente necesita de la oración. La oración permite que Jesucristo llegue hasta lo más hondo de cada persona. Y cuando oramos, transmitimos a las personas ese mensaje para que vean claro en qué cosas se han equivocado. Jesucristo nos salvó a nosotros: nosotros no salvamos a nadie, simplemente ayudamos a que su mensaje lo escuchen todos“, concluye Maxi.


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